El
año pasado alguien me enseñó a ver la vida de una forma distinta.
Me demostró que, probablemente, las pequeñas cosas son las que más
feliz te hacen. Me dijo que no tenía por qué amargarme por cosas
que probablemente no merecían la pena; que hay que buscar siempre el
lado bueno de los acontecimientos, que así me daría cuenta que, en
esa gran oscuridad que me montaba cuando estaba de bajón había,
aunque fuese mínimo, un foco de luz que acabaría iluminando todo,
solo tenía que seguirlo.
Sabes
que te has hecho mayor cuando te das cuenta que la vida es injusta,
cuando empiezas a sentir dolor por causas ajenas a ti, cuando ves que
no siempre está todo bien, sino que al contrario, casi todo está
mal.
Esa
alguien me enseñó también que algunas veces, cuando piensas que
algo ya no puede ir a peor, puedes darle la vuelta y que la situación
acabe siendo lo mejor que te haya pasado en el mundo. No se puede
decir que algo es malo hasta que no acabe, porque una cosa es como
empieza y otra muy distinta su final. La vida es como un libro y cada
día que vivimos es un capítulo. Que un capítulo del libro esté
mal escrito no quiere decir que el libro entero esté mal escrito;
pues lo mismo nos pasa a nosotros, un día malo no quiere decir que
todo sea malo. Habrá días buenos, días peores, días
extremadamente geniales... No nos damos cuenta, pero hay un
equilibrio constante entre lo bueno y lo malo, solo hay que saber
cuál es el punto medio de esa balanza para darse cuenta que eso es
cierto, ahí está la diferencia entre personas.
Aunque
la vida no pueda ser todo felicidad hay que intentar buscar el lado
bueno de todo. No decir que no a la primera de cambio, hay que
intentarlo, porque si lo intentas al menos te quedará la
satisfacción de ese intento
Para
terminar doy las gracias a esa persona que tanto me ha enseñado en
tan poco tiempo, que gracias a ella me siento más feliz. GRACIAS
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